lunes, 13 de octubre de 2014

"Blancanieves" - Autor: Hermanos Grimm


Érase una vez una reina que, cosiendo junto a su ventana, se pinchó 
en el dedo y vio como la sangre cayó en la nieve. Fue entonces 
cuando deseó tener una hija con la piel tan blanca como la nieve, los 
labios rojos como la sangre y el pelo negro como el ébano. Y su deseó 
se cumplió, naciendo la princesa Blancanieves. Pero, la reina murió 
después de dar a luz y el rey se casó con una hechicera poderosa que 
tenía un espejo mágico. 
La reina hechicera solía preguntarle a su espejo una pregunta cada 
día: 
-Espejito, espejito, ¿quién es en la Tierra la más bella de todas? 
Y él contestaba: 
Tú, mi reina, eres la más bella de todas

Pero, cuando Blancanieves cumplió diecisiete años era tan bonita como 
el día y la reina le preguntó a su espejo, éste respondió: 
-Reina, estás llena de belleza, es cierto, pero Blancanieves es más 
bella que tú y nunca podrás cambiar eso. 
La reina, celosa, ordenó a un cazador asesinar a Blancanieves en el 
bosque y, para asegurarse, le exigió que le trajera el corazón de la 
niña. El cazador se arrepintió, la dejó escapar y le llevó a la reina el 
corazón de un ciervo joven (que luego fue cocinado por el cocinero 
real y comido por la reina). 

En el bosque, Blancanieves descubrió una pequeña casa que 
pertenecía a siete enanos y decidió entrar para descansar. Allí, éstos 
se apiadan de ella: 
-Si mantienes la casa para nosotros, cocinas, haces las camas, lavas, 
coses, tejes y mantienes todo limpio y ordenado, entonces puede 
quedarse con nosotros y tendrá todo lo que quiera. 
Le advirtieron, eso sí, que no dejara entrar a nadie mientras ellos 
estuvieran en las montañas. 
Mientras tanto, la reina le preguntó a su espejo una vez más quién era 
la más bella de todas y, horrorizada, se enteró de que Blancanieves no 
sólo estaba viviendo con los enanos, sino que seguía siendo la más 
bonita de todas. 

La reina usa tres disfraces para tratar de matar a Blancanieves 
mientras los enanos están en las montañas. En primer lugar, 
disfrazada de vendedora ambulante, la reina ofrece a Blancanieves 
coloridas cintas para el cuello, Blancanieves se prueba una pero la 
reina la aprieta tan fuertemente que Blancanieves cae desmayada, 
haciendole pensar a la reina que está muerta. Blancanieves es revivida 
cuando los enanos le retiran la cinta de su cuello. 
A continuación, la reina se disfraza de persona mayor que vende 
peines y le ofrece un peine envenenado a Blancanieves. Aunque Blancanieves se resiste a que la mujer le ponga el peine, ésta logra 
ponérselo a la fuerza y Blancanieves cae desmayada 
Cuando llegan los enanos de las montañas le quitan el peine y se dan 
cuenta de que no alcanzó a clavárselo en la cabeza sino que solo la 
rasguñó. 
Por último, la reina prepara una manzana envenenada, se disfraza 
como la esposa de un granjero y le ofrece la manzana a Blancanieves. 

Cuando ella se resiste a aceptar, la reina corta la manzana por la 
mitad, y se come la parte blanca y le da la parte roja y envenenada a 
Blancanieves. Ella come la manzana con entusiasmo e inmediatamente 
cae en un profundo sopor. 
Cuando los enanos la encuentran, no la pueden revivir. Aun 
manteniendo su belleza los enanos fabrican un ataúd de cristal para 
poder verla todo el tiempo.

El tiempo pasa y un príncipe que viaja a través de la tierra ve a 
Blancanieves en el ataúd. El príncipe está encantado por su belleza y 
de inmediato se enamora de ella. Este le ruega a los enanos que le 
den el cuerpo de Blancanieves y pide a sus sirvientes que trasladen el 
ataúd a su castillo. 

Al hacerlo se tropiezan en algunos arbustos y el movimiento hace que 
el trozo de manzana envenenada atorada en la garganta de 
Blancanieves se caiga haciéndola despertar. 
El príncipe luego le declara su amor y pronto se planea una boda. 
La vanidosa reina, creyendo aún que Blancanieves está muerta, 
pregunta una vez más a su espejo quién es la más bella de la tierra 
y,una vez más, el espejo la decepciona con su respuesta: 
- "Tú, mi reina, eres bella, es cierto; pero la joven reina es mil veces 
más bella que tú." 
Sin saber que esta nueva reina era, de hecho, su hijastra, la reina es 
invitada al matrimonio de un príncipe de un país vecino, cuando se da 
cuenta que la nueva reina es la princesa Blancanieves, la reina - hechicera se asusta y se desespera tratando de pasar desapercibida. 
Sin embargo el príncipe y Blancanieves la ven. Blancanieves la 
reconoce y le cuenta al príncipe todo lo que la aquella le hizo. Como 
castigo por sus malos actos, el príncipe, ahora rey, manda a 
confeccionar un par de zapatos de hierro que son calentados al fuego 
hasta quedar rojos. Luego obliga a la reina a ponérselos y bailar hasta 
que cae muerta.

FIN

Los tres cerditos y el Lobo


Había una vez tres cerditos que eran hermanos y se fueron por el 
mundo a conseguir fortuna. El más grande les dijo a sus hermanos 
que sería bueno que se pusieran a construir sus propias casas para 
estar protegidos. A los otros dos les pareció una buena idea, y se 
pusieron manos a la obra, cada uno construyó su casita. 
- La mía será de paja - 
dijo el más pequeño-, la 
paja es blanda y se 
puede sujetar con 
facilidad. Terminaré muy 
pronto y podré ir a jugar. 

El hermano mediano 
decidió que su casa sería 
de madera
- Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores - 
explicó a sus hermanos, 
- Construiré mi casa en un santiamén con todos estos 
troncos y me iré también a jugar. 

Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y 
bailaban en la puerta, felices por haber acabado con el problema: 
-¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! 
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! Detrás de un árbol grande 
apareció el lobo, rugiendo de hambre y gritando: 
- Cerditos, ¡me los voy a comer! Cada uno se escondió en su casa, 
pensando que estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la 
casita de paja del hermano pequeño y en la puerta aulló: 
- ¡Cerdito, ábreme la puerta! 
- No, no, no, no te voy 
a abrir. - Pues si no me 
abres... ¡Soplaré y 
soplaré y la casita 
derribaré! Y sopló con 
todas sus fuerzas, sopló 
y sopló y la casita de 
paja se vino abajo. 

El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de 
madera del hermano mediano. - ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al 
Lobo! 
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro 
los cerditos. 
De nuevo el Lobo, más 
enfurecido que antes al 
sentirse engañado, se 
colocó delante de la 
puerta y comenzó a 
soplar y soplar 
gruñendo: 
- ¡Cerditos, abridme la 
puerta! - No, no, no, no 
te vamos a abrir. - Pues 
si no me abrís... 
¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré! La madera crujió, y las paredes 
cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo 
de su hermano mayor. 


- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! 
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! - cantaban desde dentro 
los cerditos. El lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora 
deseaba comerse a los Tres Cerditos más que nunca, y frente a la 
puerta dijo: 
- ¡Cerditos, abridme la puerta! 
- No, no, no, no te vamos a abrir. 
- Pues si no me abrís... ¡Soplaré y soplaré y la casita derribaré! 
Y se puso a soplar tan 
fuerte como el viento 
de invierno. Sopló y 
sopló, pero la casita de 
ladrillos era muy 
resistente y no 
conseguía derribarla. 
Decidió trepar por la 
pared y entrar por la 
chimenea. 
Se deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor 
estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío 
salió huyendo hacia el lago. Los cerditos no lo volvieron a ver. 

El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan perezosos 
y poner en peligro sus propias vidas, y si algún día vais por el bosque 
y veis tres cerdos, sabréis que son los Tres Cerditos porque les gusta 
cantar: 
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo, al Lobo! 
- ¡Quién teme al Lobo Feroz, al Lobo Feroz! 

FIN




Ricitos de oro

En un bosque florido y frondoso vivían tres ositos, un papá, una mamá 
y el pequeño osito. 

Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa y hacer la sopa para 
la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque para que el 
pequeño osito pudiera jugar y respirar aire puro. 
 De repente, apareció una niña muy bien vestida llamada Ricitos de 
Oro. Cuando vio la casita de los tres ositos, se asomó a la ventana y le 
pareció muy curioso lo ordenada y coqueta que tenían la casa. A 
Ricitos de Oro se le olvidaron los modales que su mamá le había 
inculcado y decidió entrar en la casita de los tres ositos. 
"¡Oh! ¡Qué casita más bonita! ¡Qué limpia y ordenada tienen la casa la 
gente que vive aquí!". 
Mientras iba observando todo lo que había en la casa comenzó a sentir 
hambre, ya que le vino un olor muy sabroso a sopa . 
 "¡Mmm...! ¡Qué hambre me ha entrado! Voy a ver que tendrán para 
cenar." 
 Fue hacia la mesa y vio que había tres tazones. Un tazón pequeño, 
uno más grande y otro más y más grande que los otros dos anteriores. 
Ricitos de Oro siguió sin acordarse de los modales que su mamá le 
había enseñado y en vez de esperar a que los tres ositos volvieran a la 
casita y le invitaran a tomar un poco de la sopa que habían preparado, 
se lanzó directamente a probarla. 

Comenzó por el tazón más grande, pero al probarlo, la sopa estaba 
demasiado caliente. Entonces pasó al tazón mediano y al probarlo, la 
sopa estaba demasiado fría, pasándose a probar el tazón más pequeño 
que estaba como a ella le gustaba. 
"Está en su punto", dijo la niña. 
 Cuando acabó la sopa se subió a la silla más grandota pero estaba 
demasiado dura y se pasó a la otra silla más mediana comprobando 
que estaba demasiado blanda, y entonces decidió sentarse en la silla 
más pequeña que estaba ni muy dura ni muy blanda; era comodísima. 
Pero la sillita estaba acostumbrada al peso tan ligero del osito y poco a 
poco el asiento fue cediendo y se rompió. 

Cuando Ricitos de Oro se levantó del suelo, subió a la habitación de los 
tres ositos y comenzó a probar las tres camas. Probó la cama grande 
pero estaba demasiado alta. Después probó la cama mediana pero 
estaba demasiado baja y por fin probó la cama pequeña que era tan 
mullidita y cómoda que se quedó totalmente dormida. 
Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los tres ositos 
a la casa y nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba 
dentro del tazón y dijo con su gran voz: 
 "¡Alguien ha probado mi sopa!". 
Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo: 
 "¡Alguien ha probado también mi sopa!". 
Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada: 
 "¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!". 

Después pasaron al salón y dijo papá oso: 
"¡Alguien se ha sentado en mi silla!". 
Y mamá oso dijo:  "¡Alguien se ha sentado también en mi silla!". 
 Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada: "¡Alguien se ha sentado 
en mi sillita y además me la ha roto!".


Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el 
ladrón de su comida se encontraba todavía en el interior de la casa. Al 
entrar en la habitación, papá oso dijo: 
"¡Alguien se ha acostado en mi cama!". 
Y mamá eso exclamó: 
"¡Alguien se ha acostado en mi cama también!". 
Y el osito pequeño dijo: 
"¡Alguien se ha acostado en ella...!". 

Ricitos de Oro, mientras dormía creía que la voz fuerte que había 
escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz 
aflautada del osito la despertó. 
De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y 
saltó hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un 
solo instante, tanto, tanto que no daban los pies en el suelo. 
Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de 
nadie ajeno sin pedir permiso primero. 

FIN

"Pulgarcito" - Autor: Charles Perrault

Había una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado,
atizando el fuego, y su esposa hilaba sentada junto a él, a la vez que
lamentaban el hallarse en un hogar sin niños.
—¡Qué triste es que no tengamos hijos! —dijo él—. En esta casa
siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares todo es
alegría y bullicio de criaturas.
—¡Es verdad! —contestó la mujer suspirando—.Si por lo menos
tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeño y no mayor que el pulgar,
seríamos felices y lo amaríamos con todo el corazón.
Y ocurrió que el deseo se cumplió. Resultó que al poco tiempo la
mujer se sintió enferma y,
después de siete meses, trajo al
mundo un niño bien
proporcionado en todo, pero no
más grande que un dedo pulgar.
—Es tal como lo habíamos
deseado —dijo—. Va a ser
nuestro querido hijo, nuestro
pequeño.
Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaban la
comida, pero el niño no crecía y se quedó tal como era cuando nació.
Sin embargo, tenía ojos muy vivos y pronto dio muestras de ser muy
inteligente, logrando todo lo que se proponía.
Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña.
—Ojalá tuviera a alguien para conducir la carreta —dijo en voz baja.
—¡Oh, padre! —exclamó Pulgarcito— ¡yo me haré cargo! ¡Cuenta
conmigo! La carreta llegará a tiempo al bosque.
El hombre se echó a reír y dijo:
—¿Cómo podría ser eso? Eres muy pequeño para conducir el caballo
con las riendas.
—¡Eso no importa, padre! Tan pronto como mi madre lo enganche, yo
me pondré en la oreja del caballo y le gritaré por dónde debe ir. Cuando llegó la hora, la madre
enganchó la carreta y colocó a
Pulgarcito en la oreja del caballo,
donde el pequeño se puso a
gritarle por dónde debía ir, tan
pronto con “¡Hejjj!”, como un
“¡Arre!”. Todo fue tan bien como
con un conductor y la carreta fue
derecho hasta el bosque. Sucedió
que, justo en el momento que
rodeaba un matorral y que el
pequeño iba gritando “¡Arre!
¡Arre!” , dos extraños pasaban
por ahí.
—¡Cómo es eso! —dijo uno— ¿Qué es lo que pasa? La carreta rueda,
alguien conduce el caballo y sin embargo no se ve a nadie.
—Todo es muy extraño —asintió el otro—. Seguiremos la carreta para
ver en dónde se para.
La carreta se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio sonde
estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito divisó a su padre, le gritó:
—Ya ves, padre, ya llegué con la carreta. Ahora, bájame del caballo.
El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó
a su hijo de la oreja del caballo, quien feliz se sentó sobre una brizna
de hierba. Cuando los dos extraños divisaron a Pulgarcito quedaron
tan sorprendidos que no supieron qué decir. Uno y otro se escondieron
y se dijeron entre ellos:
—Oye, ese pequeño valiente bien podría hacer nuestra fortuna si lo
exhibimos en la ciudad a cambio de dinero. Debemos comprarlo.
Se dirigieron al campesino y le dijeron: —Véndenos ese hombrecito; estará muy bien con nosotros.
—No —respondió el padre— es mi hijo querido y no lo vendería por
todo el oro del mundo.
Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito se trepó por los pliegues de las
ropas de su padre, se colocó sobre su hombro y le dijo al oído:
—Padre, véndeme; sabré cómo regresar a casa.
Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una
buena cantidad de dinero.
—¿En dónde quieres sentarte? —le preguntaron.
—¡Ah!, pónganme sobre el ala de su sombrero; ahí podré pasearme a
lo largo y a lo ancho, disfrutando del paisaje y no me caeré.
Cumplieron su deseo, y cuando
Pulgarcito se hubo despedido de
su padre se pusieron todos en
camino. Viajaron hasta que
anocheció y Pulgarcito dijo
entonces:
—Bájenme al suelo, tengo
necesidad.
—No, quédate ahí arriba —le
contestó el que lo llevaba en su
cabeza—. No me importa. Las
aves también me dejan caer a
menudo algo encima.
—No —respondió Pulgarcito—, sé lo que les conviene. Bájenme rápido.
El hombre tomó de su sombrero a Pulgarcito y lo posó en un campo al
borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de
tierra y, de repente, enfiló hacia un agujero de ratón que había
localizado. —¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! —les gritó en tono burlón.
Acudieron prontamente y rebuscaron con sus bastones en la
madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se
introducía cada vez más profundo y como la oscuridad no tardó en
hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con la bolsa
vacía. Cuando Pulgarcito se dio cuenta de que se habían marchado,
salió de su escondite.

“Es peligroso atravesar estos campos de noche, cuando más peligros
acechan”, pensó, “se puede uno fácilmente caer o lastimar”.
Felizmente, encontró una concha vacía de caracol.
—¡Gracias a Dios! —exclamó—, ahí dentro podré pasar la noche con
tranquilidad;
y ahí se introdujo. Un momento después, cuando estaba a punto de
dormirse, oyó pasar a dos hombres, uno de ellos decía:
—¿Cómo haremos para robarle al cura adinerado todo su oro y su
dinero?
—¡Yo bien podría decírtelo! —se puso a gritar Pulgarcito.
—¿Qué es esto? —dijo uno de los espantados ladrones, he oído hablar
a alguien.
Pararon para escuchar y Pulgarcito insistió:
—Llévenme con ustedes, yo los ayudaré.
—¿En dónde estás?
—Busquen aquí, en el piso; fíjense de dónde viene la voz —contestó.
Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron.
—A ver, pequeño valiente, ¿cómo pretendes ayudarnos?
—¡Eh!, yo me deslizaré entre los barrotes de la ventana de la
habitación del cura y les iré pasando todo cuanto quieran. —¡Está bien! Veremos qué sabes hacer.
Cuando llegaron a la casa,
Pulgarcito se deslizó en la
habitación y se puso a gritar con
todas sus fuerzas.
—¿Quieren todo lo que hay aquí?
Los ladrones se estremecieron y
le dijeron:
—Baja la voz para no despertar a
nadie.
Pero Pulgarcito hizo como si no
entendiera y continuó gritando:
—¿Qué quieren? ¿Les hace falta
todo lo que aquí?
La cocinera, quien dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos,
se irguió en su cama y escuchó, pero los ladrones asustados se habían
alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose:
—Ese hombrecito quiere burlarse de nosotros.
Regresaron y le cuchichearon:
—Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa.
Entonces, Pulgarcito se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—Sí, quiero darles todo: introduzcan sus manos.
La cocinera, que ahora sí oyó perfectamente, saltó de su cama y se
acercó ruidosamente a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron
como si llevasen el diablo tras de sí, y la criada, que no distinguía
nada, fue a encender una vela. Cuando volvió, Pulgarcito, sin ser
descubierto, se había escondido en el granero. La sirvienta, después
de haber inspeccionado en todos los rincones y no encontrar nada,
acabó por volver a su cama y supuso que había soñado con ojos y
orejas abiertos. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró
un buen lugarcito para dormir. Quería descansar ahí hasta que
amaneciera y después volver con sus padres, pero aún le faltaba ver
otras cosas, antes de poder estar feliz en su hogar. Como de costumbre, la criada se levantó al despuntar el día para
darles de comer a los animales. Fue primero al granero, y de ahí tomó
una brazada de paja, justamente de la pila en donde Pulgarcito estaba
dormido. Dormía tan profundamente que no se dio cuenta de nada y
no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que había tragado
la paja.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Cómo pude caer en este molino triturador?
Pronto comprendió en dónde se encontraba. Tuvo buen cuidado de no
aventurarse entre los dientes, que lo hubieran aplastado; mas no pudo
evitar resbalar hasta el estómago.
—He aquí una pequeña habitación a la que se omitió ponerle ventanas
—se dijo—Y no entra el sol y tampoco es fácil procurarse una luz.
Esta morada no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente
entraba más paja por la puerta y que el espacio iba reduciéndose más
y más. Entonces, angustiado, decidió gritar con todas sus fuerzas:
—¡Ya no me envíen más paja! ¡Ya no me envíen más paja!
La criada estaba ordeñando a la vaca y cuando oyó hablar sin ver a
nadie, reconoció que era la misma voz que había escuchado por la
noche, y se sobresaltó tanto que resbaló de su taburete y derramó
toda la leche.
Corrió a toda prisa donde se encontraba el amo y él gritó:
—¡Ay, Dios mío! ¡Señor cura, la vaca ha hablado!
—¡Está loca! —respondió el cura, quien se dirigió al establo a ver de
qué se trataba.
Apenas cruzó el umbral cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo:
—¡Ya no me enviéis más paja! ¡Ya no me enviéis más paja! Ante esto, el mismo cura tuvo
miedo, suponiendo que era obra
del diablo y ordenó que se matara
a la vaca. Entonces se sacrificó a
la vaca; solamente el estómago,
donde estaba encerrado
Pulgarcito, fue arrojado al
estercolero. Pulgarcito intentó por
todos los medios salir de ahí, pero
en el instante en que empezaba a
sacar la cabeza, le aconteció una
nueva desgracia.
Un lobo hambriento, que acertó a pasar por ahí, se tragó el estómago
de un solo bocado. Pulgarcito no perdió ánimo. “Quizá encuentre un
medio de ponerme de acuerdo con el lobo”, pensaba. Y, desde el
fondo de su panza, su puso a gritarle:
—¡Querido lobo, yo sé de un festín que te vendría mucho mejor!
—¿Dónde hay que ir a buscarlo? —contestó el lobo.
—En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la
cocina y ahí encontrarás pastel, tocino, salchichas, tanto como tú
desees comer.
Y le describió minuciosamente la casa de sus padres.
El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por
la trampilla de la cocina y, en la despensa, disfrutó todo con enorme
placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto
que ya no podía usar el mismo camino. Pulgarcito, que ya contaba con
que eso pasaría, comenzó a hacer un enorme escándalo dentro del
vientre del lobo. —¡Te quieres estar quieto! —le
dijo el lobo—. Vas a despertar a
todo el mundo.
—¡Tanto peor para ti! —contestó
el pequeño—. ¿No has disfrutado
ya? Yo también quiero divertirme.
Y se puso de nuevo a gritar con
todas sus fuerzas. A fuerza de
gritar, despertó a su padre y a su
madre, quienes corrieron hacia la
habitación y miraron por las
rendijas de la puerta. Cuando
vieron al lobo, el hombre corrió a
buscar el hacha y la mujer la hoz.
—Quédate detrás de mí —dijo el hombre cuando entraron en el
cuarto—. Cuando le haya dado un golpe, si acaso no ha muerto, le
pegarás con la hoz y le desgarrarás el cuerpo.
Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó:
—¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo!
—¡Al fin! —dijo el padre—.¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo!
Le indicó a su mujer que soltara la hoz, por temor a lastimar a
Pulgarcito. Entonces, se adelantó y le dio al lobo un golpe tan violento
en la cabeza que éste cayó muerto. Después fueron a buscar un
cuchillo y unas tijeras, le abrieron el vientre y sacaron al pequeño.
—¡Qué suerte! —dijo el padre—.
¡Qué preocupados estábamos por
ti!
—¡Si, padre, he vivido mil
desventuras. ¡Por fin, puedo
respirar el aire libre!
—Pues, ¿dónde te metiste?
—¡Ay, padre!, he estado en la
madriguera de un ratón, en el
vientre de una vaca y dentro de la
panza de un lobo. Ahora, me
quedaré a vuestro lado.
—Y nosotros no te volveríamos a
vender, aunque nos diesen todos
los tesoros del mundo.
Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le
sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas
nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias
de su accidentado viaje.

FIN

"La ratira presumida" - Autor : Charles Perrault

En Había una vez una ratita muy presumida, que estaba barriendo 
la escalera y algo le llamo la atención ¡ era una moneda !
después de mucho pensarlo, decidió que con esa moneda se 
compraría un lazo rojo para ponerlo en su rabito. 
Al día siguiente, salió rumbo al mercado con su moneda en el 
bolsillo. Cuando llegó, pidió al tendero que le vendiera un trozo de 
su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casa.
Al llegar a su casita, se paró frente al espejo y se colocó el lacito 
en el rabo. 
Estaba tan bonita, que no podía dejar de mirarse. Salió al portal 
para lucir su nuevo lazo y entonces se acercó un gallo y le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué guapa que estás hoy!
- Gracias, señor Gallo.
- ¿Te casarías conmigo?
- No lo sé. ¿Cómo harás por las noches?
- ¡Quiquiriquí!- respondió el gallo.
- Contigo no me puedo casar. Ese ruido me despertaría.

Se marchó el gallo malhumorado. En eso llegó el perro:
- Pero, nunca me había dado cuenta de lo bonita que eres, Ratita. 
¿Te quieres casar conmigo?
- Primero dime, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Guauuu, guauuu!
- Contigo no me puedo casar, porque ese ruido me despertaría.

El perro se fue gruñendo y al rato apareció un burro que mirando 
a la ratita le dijo
- Que bonita eres ! ¿ te quieres casar conmigo?
- No lo se- le respondió la ratita - ¿ como harias por las noches ?
- YyyyAAAAyyyaaaa
Uy no !- dijo la ratita - con ese estruendo me despertarías

Y el burro se fue cabizbajo por el camino.
Un Ratoncito que vivía junto a la casa de la Ratita, y siempre 
había estado enamorado de ella, se animó y le dijo:
- ¡Buenos días, vecina! Siempre estás hermosa, pero hoy, mucho 
más.
- Muy amable, pero no puedo hablar contigo, estoy muy ocupada.
El Ratoncito se marchó cabizbajo. Al rato, pasó el señor Gato, que 
le dijo:
- Buenos días, Ratita. ¡Qué linda que estás. ¿Te quieres casar 
conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo haces por las noches?
- ¡Miauu, miau!- contestó dulcemente el gato.
- Contigo me casaré, pues con ese maullido me acariciarás.
El día de la boda, el Gato invitó a la Ratita a una comida para 
celebrar el matrimonio.
Mientras el gato preparaba el fuego, la Ratita quiso ayudar y 
abrió la canasta para sacar la comita. Con sorpresa vio que estaba 
vacía.
- ¿Dónde está la comida?- preguntó la Ratita.
- ¡La comida eres tú!- dijo el Gato enseñando sus colmillos.


Cuando el gato estaba a punto de comerse a Ratita, apareció 
Ratoncito, que los había seguido, pues no se fiaba del gato. 
Tomó un palo encendido de la fogata y lo puso en la cola del 
gato, que salió huyendo despavorido.
La Ratita estaba muy agradecida y el Ratoncito, muy nervioso le 
dijo:
- Ratita, eres la más bonita. ¿Te quieres casar conmigo?
- Tal vez, pero, ¿cómo harás por las noches?
- ¿Por las noches? Dormir y callar. ¿Qué más?
- Entonces, contigo me quiero casar.
Así se casaron y fueron muy felices.

FIN

La lechera - Fábulas de Esopo

En una granja de animales vivía la joven Elisa junto con sus padres. 
Una hermosa mañana de verano se despertó y vió a su madre junto 
a su cama 
-¡Felicidades, Elisa! - le dijo su madre
- Tengo una sorpresa para tí - le dijo su madre sonriendo- Espero
que hoy las vacas den mucha leche porque luego irás a venderla al 
pueblo y todo el dinero que te den por ella será para ti. Ese será mi 
regalo de cumpleaños.


¡Aquello sí que era una sorpresa! Ella que núnca había tenido dinero, 
iba a ser la dueña de todo lo que le dieran por la leche. 
¡Y por si fuera poco, parecía que las vacas se habían puesto también 
de acuerdo en felicitarla, porque aquel día daban más leche que 
nunca! 
Cuando tuvo un cántaro grande lleno hasta arriba de rica leche, la 
lechera se puso en camino. Había empezado a calcular lo que le 
darían por la leche cuando oyó un carro del que tiraba un borriquillo. 
En él iba Lucia hacia el pueblo para vender sus verduras y sus huevos. 
- ¿Quieres venir conmigo en el carro? 
- le preguntó. 
- Muchas gracias, pero no subo porque con los baches la leche puede 
salirse y hoy lo que gane será para mí. 
- ¡Fiuuu...! ¡vaya suerte! - exclamo Lucía - Seguro que ya sabes en lo
que te lo vas a gastar. 
Cuando se fue Lucía, Elisa se puso a pensar en las cosas que podría 
comprarse con aquel dinero. 
-Ya sé lo que voy a comprar: ¡una cesta llena de huevos! Esperaré a 
que salgan las pollitos, los cuidaré y alimentaré muy bien. y cuando 
crezcan se convertirán en hermosos gallos y gallinas

Elisa se imaginaba ya las gallinas crecidas y hermosas y siguió 
pensando qué haría después. 
- Entonces iré a venderlos al mercado, y con el dinero que gane 
comprará un cerdito,

le daré muy bien de comer y todo el mundo querrá comprarme el 
cerdo, así cuando lo venda, con el dinero que saque, me comprará 
una ternera que dé mucha leche.
¡Qué maravilla! Será como si todos los días fuera mi cumpleaños y 
tuviera dinero para gastar. 
Ya se imaginaba Elisa vendiendo su leche en el mercado y 
comprándose vestidos, zapatos y otras cosas. Estaba tan contenta 
con sus fantasías que tropezó, sin darse cuenta, con una rama que 
había en el suelo y el cántaro se rompió. 

- ¡Adiós a mis pollitos y a mis gallinas y a mi cerdito y a mi ternera! 
¡Adiós a mis sueños de tener una granja! No sólo he perdido la leche 
sino que el cántaro se ha roto. ¿Qué le voy a decir a mi madre? 
¡Todo esto me está bien empleado por ser tan fantasiosa y no 
fijarme en lo que estaba haciendo ahora! 

FIN



Consejos para contar cuentos

Cualquiera puede detenerse un instante y sentarse a leer o inventar un cuento. Elegir la ocasión y lugar apropiados hará el momento más agradable aún. 

A la hora de contar un cuento, debemos desechar la imposición al niño. Tampoco es buena idea hacerlo cuando está cansado o hambriento. Las prisas no son deseables. Algunos elementos a tener en cuenta para pasar un agradable rato de lectura en compañía:
  
   
  • Escoger un lugar cómodo tanto para quien lee como para quien escucha, bien iluminado para leer.
  • Tomar en cuenta la opinión del niño en el momento de elegir el cuento o temática. Así se implicará desde un principio y descubriremos cuáles son sus gustos e inquietudes.
  • Iniciar la historia con una frase introductoria del tipo ‘Érase una vez…’, ‘En un reino muy lejano…’, ‘Hace muchos, muchos años…’. El final feliz es imprescindible.
  • Narrar de forma animada con buena entonación y alegría, cambiando la voz según los diferentes personajes, gesticulando si es preciso y usando onomatopeyas. Todo ello servirá para atraer la atención del niño, además de para explicar mejor la historia y fomentar la imaginación.
  • Estar pendiente de sus reacciones según avanza la historia. Hacer pausas para explicar algo o para cerciorarse de que está entendiendo el mensaje no supone ningún problema.
  • Si el niño sabe leer, unos días puede oír el cuento y otros leerlo él mismo. También se aconseja escuchar audiocuentos y comentarlos.
  • Probablemente pida repetir escenas o el cuento entero, a lo que el narrador debe responder con el mismo entusiasmo que la primera vez, utilizando las mismas palabras.
  • Una vez finalizado, preguntar al niño sobre la historia, dónde sucede, cómo son los personajes, en qué se parecen o diferencian, si le ha gustado o no, etc.
  • Más tarde o al día siguiente, pedirle que dibuje algo relacionado con el cuento para que pueda expresar sus intereses o expectativas.

  • Enseñarle a cuidar el material (coger los libros con las manos limpias, tratarlos con cuidado para que no sufran desperfectos, no escribir ni dibujar en ellos…) y a ser ordenado.